Léeme la vida
Estamos en un mundo de palabras. Vuelan rápido y apenas pueden llegar a posarse en los oídos, dan paso a otra riada. Las más de las veces no son más que ruido encadenado. Oquedades donde se abisma un huevo huero. Vomitadas en todos los sitios con rapidez, repetitivas, grandilocuentes.
La palabra ha pasado a valer a ser nada, o poco. Antaño se firmaban los pactos con un apretón de manos. Hoy se firman palabras, papeles…que valen para esconder engaños y artimañas, destinadas a decir que suman poco.
Palabras de amor que huelen a conquista, de sinceridad que saben a venganza, de promesas que resuenan en ensoñaciones, de cambios políticos que quieren ganar tu bolsillo, de anuncios de felicidad que distraen lo que eres. Palabras dichas en grupo para justificar mi soledad, preparadas para herir, murmuradas para deshacer. Palabras que esconden un conejo en la chistera, que burlan su significado, que son bambalinas ocultando la verdad. Muchas palabras se pronuncian desde una casa deshabitada, ausente de ilusiones. Otras escurren hastío, o son veneno de escorpiones.
No está ausente la Iglesia de este tumulto que no tiene rumbo. Muchos cristianos habitan ese mundo verbal vacío. Esto es: dicen y no hacen. O hablan, pronuncian discursos, palabras llenas de melodías, mimetizan su lenguaje para domarlo y oscurecerlo, y al final parecerse a un hueco inane. Se reúnen, plantean, proyectan…para dar cocción a una sopa de letras.
Y la humanidad lo sabe. Sabemos que somos capaces de hipnotizarnos con ellas, hasta el punto de no reaccionar con un frente de coherencia.
Quizás, y por eso, sea necesario recapitular para que la lectura que se tenga que hacer proyecte claridad de evangelio, transparencia de seguimiento, ilusión pertinaz.
Creo que debemos volver sobre nuestros pasos. Quiero decir, que puede que haya que ir a otros lugares de anuncio y lectura. Por eso…
…Léeme la vida
Hoy hay cristianos que anuncian el plan de igualdad del evangelio, y son perseguidos y violentados por mandar a la escuela a sus hijas en países de regímenes totalitarios. Otros, en el mundo civilizado, esconden su identidad, por miedo a que digan de ellos lo que son y, en ambientes universitarios, tienen miedo a ser descaradamente cristianos.
Hermanos nuestros gastan su vida, y su tiempo, cuidando de los grandes olvidados de este sistema económico: acompañan enfermos, asisten a ancianos, curan, escuchan, dan la mano a quien necesita compañía, acarician las heridas del cuerpo y del alma…En cambio otros, para justificar su calidad de vida, invierten en un derroche de fiestas, saraos, y aventuras de tiempo libre, y pasan muchas horas agarrados a un vaso de botellón o de fiesta, o romería… porque es necesario divertirse.
Los hay que donaron su vida como un lugar abierto donde pudieran reposar hombres y mujeres, dando cada día una porción de sí mismos para que se despierten las conciencias y cambie el mundo. Otros justifican el estar en el mismo sitio, y parapetan su cobardía vital asesinando las ilusiones con conflictos pueriles. Que cambien y caminen los otros, parecen pensar, que yo me quedo en mi silla mirando cómo tropiezas.
Cristianos en lugares de guerra abierta, ahuyentando la muerte con sus vidas. Seguidores de Jesús, achacosos de años, pronunciando palabras de alegría y evangelio, en catequesis donde los niños del primer mundo no tienen necesidad más que de regalos y trajes…y sin embargo ellos, sosteniendo con sus limitaciones las columnas de sus Parroquias. Otros guardando su saber para engalanar su biblioteca, atesorando tiempo para derrocharlo a manos llenas, varando ballenas en sus playas estériles. Simuladores que hacen de camaleones para no mancharse con el mensaje de Jesús.
Podríamos seguir poniendo ejemplos de quienes sólo dicen y de quienes sólo hacen. Puedes ponerlos tú, si quieres.
Sin embargo, hay que aprender a hablar con la vida. Hay que aprender a leer la vida de los otros.
Un día de Pentecostés, los Discípulos del Maestro escucharon una palabra dicha a su alma herida de miedos. Y sus vidas se tornaron claridad diáfana. Escribieron con sus vidas páginas de grandeza. Fueron fieles. Cambiaron de arriba abajo. No tuvieron la sensación de engañarse liados en la ruina de mensajes viejos. Fueron. Y este ser, este afirmar lo que creían con la sangre de su verdad dicha en jirones de vida, les hizo merecer la Vida.
Pentecostés anuncia un mensaje que debe decirse con escritura de hechos, con realidad vital, con ilusión cotejada de actos que vayan conformándonos de manera distinta. Somos lo que hacemos, y lo que decimos debe manar de la fuente de nuestra coherencia. Si no es así, que tus palabras busquen ser más, retarte más, ponerte el horizonte más alto, pero a ti.
No necesitamos más que tiempo y lugares donde desplegar la imaginación y las fuerzas que nacen del Espíritu. No hay más que cambiar. Si no, nos liaremos en palabras, justificaciones, verbo fácil y engañador. Pentecostés significa decir la vida que llevamos, como un tesoro regalado, y deshacerse por los otros. Desbordar toda posibilidad de muerte y miedo, con la alegría del Resucitado que trae vida, dinamismo, crecimiento, transformación, potencialidad, vitalidad, esperanzas. Jesús, Palabra y Verbo, no guardo para sí más que un vacío después de haberse donado de forma total. Fue Palabra porque no engañó, porque fue lo que dijo. Pentecostés es su regalo de silencio. Calló, para que nosotros habláramos con el verbo de nuestra fidelidad y nuestra vida.
Que nos puedan leer la vida.
Pedro Barranco